sábado, 3 de enero de 2015

Tres Corazones.





Se le iluminó el rostro y sus ojos se inundaron de emoción, aunque sus pestañas no permitieron que las lágrimas brotasen de alegría. Se tenía que contener, aunque su corazón deseaba gritarlo a los cuatro vientos. Gritar que te había visto por primera vez.

Su voz se entrecortaba entre el tartamudeo y esos gallos adolescentes que tanto le caracterizaban, al hablar de ti. No podía creerlo; no podía creer que algo tan maravilloso le estuviese ocurriendo a él, después de tantos esfuerzos, después de tantos años, su sueño empezaba a tener forma, forma de corazón.

Cruzaba miradas complices con ella, llenas de ternura, de protección y de un amor tal, que hasta en ocasiones le asfixiaba. Quería cuidarla, darle todo el amor que durante tanto tiempo había estado guardando para alguien como ella. Se le precipitaban las emociones, la congoja y esas lágrimas volvían a asomar una y otra vez.

Cuánta satisfacción y orgullo sintió aquel 17 de diciembre, cuando aún sin saberlo, vuestras miradas se cruzaron. Un encuentro puro y parental, un encuentro entre padre e hija, un roce de corazones y un cruce entre almas.

Era incapaz de borrar esa sonrisa que se le había dibujado perenne, desde el día en el que se enteró que por fin te conocería. Y es que para él no era suficiente con que un "palito" dijese que sí, que ya estabas ahí, tenía que verte con sus propios ojos para  explotar de amor, para brillar aún más, y para llorar entre risas nerviosas de felicidad.

Cuanta alegría, que sentimiento tan grande le embriagó, y pensar que hacía tan sólo unos años le acusaban de que no sería capaz. Y gracias a él, ese encuentro mágico pudo ser, y gracias a él, ella fue rescatada de entre las tinieblas, y es que gracias a él la vida había tomado sentido. La tuya y la mía.

Y el llanto asomó en sus ojos henchidos de alegría y satisfacción; estaba ansioso por tenerte ya en sus brazos, porque decía que no sería capaz de esperar los nueve meses de rigor para poder tocarte y sentirte, cuidarte y mimarte como esa "cosita" rosada y maravillosa que nacería de nuestro amor puro, de nuestros encuentros nocturnos de pasión y de deseo.

Te amó, desde aquel momento en el que la prueba de embarazo mostró sus dos líneas positivas, desde aquel momento en el que por primera vez te vio en la pantalla del ecógrafo. Que momentos de felicidad le pudimos brindar tu y yo, mi pequeña, yo por ser tu mamá, por ser tu refugio y tu esperanza de vida durante las cuarenta semanas que se avecinaban, y tú por ser su sueño hecho realidad y el mayor de sus deseos.

Nos convertimos en una familia nueva e ilusionada. Todos participamos de esa alegría, de esa felicidad, porque no hay mayor satisfacción en el mundo que poder "crear vida", porque es un don divino que nos acerca a Dios durante ese periodo de gestación, que nos conmueve y embriaga de ternura, que nos sorprende con las primeras patadas y las primeras "deformaciones" del vientre y nos concede el mayor regalo que se pueda desear: un corazón nuevo, un corazón de vida, un corazón nacido de dos corazones que se aman.

Y es que yo, la autora, no puedo ser más feliz, porque hoy sé, que tengo tres corazones, y como dice la canción de Manu Carrasco, "Uno el tuyo, otro el mío y otro que nos da tirones".

Te amo pequeña mía, te amo y lloro de felicidad al escribir lo que escribo, porque ninguna palabra es suficiente para decir o expresar este sentimiento tan grande, este sentimiento que me encoge el alma y a la vez me la ensancha.

Hoy doy gracias a Dios porque me ha concedido el mayor regalo que la vida me pueda dar, TÚ. Mi ángel, mi sueño, mi amor, mi princesa, mi "gordita"... MI TODO, NUESTRO TODO, NUESTRO CORAZÓN.

Y con esta carta me despido, me despido ansiosa, ansiosa por sentirte dentro, porque pasen algunos meses y pueda saber que de verdad tienes vida y que esa vida, tu vida, está creciendo dentro de mi.

Te amamos tanto, querida hijita deseada... pequeña de mi alma...
Os amo tanto... Mis tres corazones.



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