Bichea un poquito más

viernes, 17 de octubre de 2014

Etapa I. Capítulo Siete. El Amor. (Parte Segunda)



Cuando ya, por fin tenía una postura verdaderamente cómoda, abrí el libro "La Maestría del Amor" y me sumergí entre sus palabras y frases, para intentar evadirme y escapar, aunque sólo fuese mentalmente, de aquel sitio y de aquella situación tan surrealista.

Mientras recorría sus páginas, profundizaba aún más dentro de mí, e iba aplicando cada ejemplo que se iba sucediendo. Mierda!. Todo lo había hecho mal. Me había puesto todas las máscaras habidas y por haber, no con él, sino en mi antigua relación, en mi relación con mi familia y amigos... vamos que me había convertido en una gran actriz. 

Siempre me había importado lo que pensasen los demás de mí y de mi forma de vivir, por lo que empecé a aparentar y a crear diversas imágenes de mi misma, obviamente no conscientemente pero si, con la idea de que nadie me pudiese llamar la atención de cómo estaba recorriendo el camino.
Habían sido ocho largos años los que estuve con mi ex marido, y aquello me dejó mella. Me había "roto" todos y cada uno de mis huesos, entre discusiones, llantos, infidelidades y gritos. Me había anulado y maltratado, y yo, "la eterna rebelde" me había dejado domesticar, había perdido mi carácter, mi temperamento e incluso mi forma de pensar, para dejar paso simple y exclusivamente a su palabra. 

Y, así me conoció él, como un perro apaleado que lo único que espera es una mano que lo acaricie, una palabra de ternura o siquiera de aliento. Me lo dio, vaya que si me lo dio. Me dio lo que jamás me habían dado, LIBERTAD. Un amor libre, respetuoso, transparente y lleno de valor. Me regaló un encuentro entre nuestras almas, un "tú a tú" entre nuestros corazones. 

No tenía miedo de ser yo misma, de ser aquella Marta soñadora, divertida, teatrera y risueña que solía ser cuando era niña, porque él me vio tal y como era. No quiso cambiar ni un ápice de mi, le gustaba yo, así de sencillo.

Tenía una gran personalidad y estaba enamorado de sí mismo, no de una forma banal o egocéntrica, sino que, era de ese tipo de hombre que se conocía muy bien y sabía muy bien lo que quería. Y así, se pudo enamorar de mis ojos color miel, de mis mejillas, de mis "brakets" que en aquel momento corregían mi sonrisa, de mi agarrar la almohada y de hasta el "pavo" que aún se mezclaba con mi personalidad adulta y de niña. Me vio tal y como soy, sin más, y me dejó ser.

Podíamos hablar, sin temor a lo que uno de los dos pudiese pensar del otro. Reíamos y llorábamos de felicidad, compartíamos absolutamente todo y disfrutábamos de nuestra respectiva compañía sin necesidad de aprisionar nuestro amor. Nos alegrábamos de nuestros triunfos y de que el otro lo pasase bien aunque no pudiésemos estar siempre juntos, porque sólo nos bastaba cerrar los ojos para poder sentirnos.

Para mi se trataba no sólo de un amor maravilloso y pleno, sino de una nueva experiencia, de un bienestar del que jamás había tenido ni noción. Lo hacíamos todo tan sencillo, era todo tan fácil, incluso mientras todo transcurría en el periodo de mi divorcio. Él era mi hogar, un refugio en el que siempre me sentía protegida y en casa, pero lo mejor de todo, es que no sentía la necesidad de tenerle siempre sólo para mi, no se trataba de un sentimiento posesivo y tóxico, era puro y limpio.

Entonces, si todo lo que yo había vivido a su lado, era lo que estaban leyendo mis ojos, ¿por qué había terminado todo tan repentinamente?. La respuesta vendría en la "segunda etapa", en la de recuperación y auto-conocimiento.

Lo que si pude aprender de nuestra breve relación fueron dos cosas, una buena y otra que a mi parecer, no tiene cabida cuando hablamos de amor:

  • Las personas no somos la "media naranja" de nadie, somos naranjas enteras y completas, pues somos nosotros mismos los que de verdad somos capaces de hacernos felices, todo depende de nuestros pensamientos y de la práctica que le demos a ciertos sentimientos. Con él pude aprender exactamente lo que dice Khalil Gibran en una de sus reflexiones:
"Nacisteis juntos, y juntos para siempre. Estaréis juntos cuando las alas blancas de la muerte esparzan vuestros días; sí, estaréis juntos aun en la memoria silenciosa de Dios, pero dejad que haya espacios en vuestra cercanía. Y dejad que los vientos del cielo dancen entre vosotros. Amaos el uno al otro, pero no hagáis del amor una atadura; que sea más bien, un mar movible entre las costas de vuestras almas. Llenaos uno al otro vuestras copas, pero no bebáis de una sola copa. Daos el uno al otro de vuestro pan, pero no comáis del mismo trozo. Cantad y bailad juntos y estad alegres, pero que cada uno de vosotros sea independiente. Las cuerdas de un laúd están solas, aunque tiemblen con la misma música. 
Dad vuestro corazón, pero no para que vuestro compañero lo tenga, porque sólo la mano de la Vida, puede contener los corazones. Y estad juntos, pero no demasiado juntos, porque los pilares del templo están a parte. Y, ni el roble crece bajo la sombra del ciprés ni el ciprés bajo la del roble"

Estaba muerta de frío. Empezaba a temblar y la desesperación de verme en aquella situación estaba consiguiendo desmoronarme.
Paré de leer porque estaba distraída. Mi mente viajó a un recuerdo en particular. Un recuerdo entrañable y que me inspiraba tanto amor; porque así fue, un día de amor, sin más.

Estábamos tumbados en su cama, completamente desnudos, con nuestros cuerpos entrelazados y respirando el aroma de la pasión y del deseo, cuando comenzamos a hablar de lo que para nosotros significaba el amor. No el amor corriente o típico que defines de una forma efímera, sino de ese que te llega a tocar el alma. Y yo, emocionada le dije: "¡Lo tengo!". Rebusqué en el "safari" de mi teléfono, y encontré lo que quería mostrarle. Toda mi vida, y en cada ocasión que había escuchado aquella carta, me había emocionado, electrificado y puesto los "pelos de punta". Era eso. Tenía que ser eso.

Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios
1 Co 12, 31-13, 8a 

"Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino mejor.
Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden.

Ya podría tener el don de predicción y conocer todos los secretos y todo el saber; podría tener una fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada.

Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve.

El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca, el amor, TODO LO PUEDE."


   La segunda lección no tan buena que aprendí de esta relación "idílica" fue que él, no me "disculpó sin límites, no me creyó sin límites, no me esperó sin límites y por supuesto, no me aguantó sin límites". En cuanto se presentó el primer inconveniente, aún cuando todo era perfecto, prefirió hacerse la típica "paja mental" y creer simplemente lo que había leído, lo demás, ya no importaba. Ya no importaban nuestras noches de risas; ya no importaban nuestros momentos de complicidad, de mirarnos y leernos el pensamiento. De escuchar música y embriagarnos de amor, entre besos y caricias. No importaba ya, "el eterno compartir" y estar juntos, y por supuesto el significado de "Todo y Siempre". Ya, simplemente dejé de importarle. De la noche a la mañana, él que tenía o parecía tener, una gran capacidad para amar...


Aquella noche en el coche, lloré. Lloré hasta caer rendida. No lo podía entender. ¿Cómo habíamos llegado a ese punto cuando siempre habíamos estado de acuerdo en lo que el Amor significaba para nosotros? ¿Fue todo una mentira?. Hoy en día, aún no lo sé, y a estas alturas, creo que jamás lo sabré.

No hay comentarios:

Publicar un comentario